No es fácil medir la debilidad de un gobierno. La debilidad constituye un déficit primordialmente moral y, como toda expresión moral, es difícil calibrarla con datos numéricos y referencias estrictamente materiales. Hay un dato, sin embargo, que orienta sobre este asunto: la dureza en los comportamientos gubernamentales y el volumen y perfil de sus contradicciones. Los gobiernos débiles, es decir, de bajo nivel moral, suelen exhibir una dureza poco o nada estructurada y, además, extemporánea. Por ejemplo, la decisión del Gobierno de Madrid de militarizar el servicio del control aéreo. Hay en esa militarización dos rasgos que, además, la condenan políticamente: su proceder precipitado y la forma sorpresiva con que se quiere realizar.
La mayoría de las militarizaciones suelen realizarse cuando la capacidad política está en ruinas; cuando el gobierno se ve incapaz de maniobrar con herramientas civiles. España ha sido pródiga en militarizaciones, sobre todo en servicios de gran eco popular, como los transportes y comunicaciones. Podrían recordarse numerosas y violentas intervenciones gubernamentales en los ferrocarriles para hacer frente a situaciones que desembocaron al fin en sucesos sangrientos.
Cuando el conflicto, normalmente una huelga, se produce en ámbitos denominados estratégicos por su repercusión en la vida cotidiana de la ciudadanía, algunos gobiernos acusan su debilidad política con expresiones agudas de miedo ante la respuesta de la calle. Ése es el momento en que esos gobiernos se acogen a la fuerza militar. Y es el empleo de esa fuerza la que acaba precisamente por desmoronarlos. El recurso a la militarización transmite debilidad política.
Iñaki Silveira Lorenzo, Ciutadella.
Fuente: Iñaki Silveira Lorenzo.