Mil y mil veces maldito / el Euro de la puñeta,
que ha encarecido la vida / en tal forma y tal manera
que no hay contribuyente, / ni existe contribuyenta
que lleguen a fin de mes / sin incrementar sus deudas.
Conste que no me refiero / a la sufrida Hipoteca,
esas que de pies y manos, / con irrompibles cadenas,
nos mantienen amarrados / a Bancos y Financieras,
a filantrópicas Cajas, / de cualquier clase que sean,
y durante treinta años / -es decir la vida entera-
se llevan la mayor parte / de nuestro sueldo y las Extras
para amortizar el precio / de compra de la vivienda
y pagar los intereses / producidos por la deuda
en esos años tan largos / cuyo final nunca llega.
Luego, cuando jubilado, / de los zapatos las suelas
arrastras por los pasillos / de tu casa semivieja,
-la comprada con tu vida / y consumiendo tus fuerzas-,
te encuentras tan achacoso / que no puedes gozar de ella
ahora, que es sólo tuya, / cancelada tu Hipoteca,
ni puedes con los calzones, / te meas en la bragueta,
te apoyas en un bastón / y cojeas de una pierna,
los dientes se te cayeron, / no te queda ni una muela,
y hasta la baba o la guinda / te salpican la chaqueta…
Con tan triste panorama / ya sabes lo que te espera
cuando se te acaba el tiempo: / O te mueres o te internan,
pues eres sólo un estorbo / que causa muchas molestias.
Pasados los treinta años / de la maldita hipoteca,
que te han hecho propietario / de tu pequeña vivienda,
-toda una vida de esfuerzo-, / ésta pasa -por herencia-
a tus hijas y tus yernos, / a tus hijos y tus nueras,
quienes la ocupan o venden, / es decir que gozan de ella
sin recordar tus apuros / para pagar la hipoteca.
Al quejarme de que el Euro, / esa asquerosa moneda,
nos ha subido la vida / hasta tocar las estrellas,
me refiero a las diarias / y pequeñas exigencias,
-al dinero de bolsillo-, / a la compra de la prensa,
del café solo o con leche, / de la caña de cerveza
o de la copa de vino / de Rioja o Valdepeñas;
las propinas del botones, / la colecta de la Iglesia,
la limosna a los mendigos…, / todas esas menudencias
que antes se solucionaban / con aquellas Cien pesetas
más bonitas que un San Luis / vestido para una fiesta.
Lo que entonces te costaba / veinte duros, hoy te cuesta
casi el doble con el Euro, / esa maldita moneda
que encareció nuestra vida / con su cara equivalencia.
Cuánto recuerdo aquel tiempo, / el tiempo de la Peseta;
el que tenía un millón / pues ya millonario era
y de todos respetado / y objeto de deferencias.
Hoy, para ser millonario / en esta nueva moneda,
hay que atracar algún Banco / o especular con viviendas,
vendiéndolas cinco veces / más caras de lo que cuestan;
aquel dichoso millón / de rubicundas pesetas,
convertido en seis mil Euros, / -es decir en una mierda-,
son elocuentes testigos / de este estado de pobreza
adónde nos ha llevado / el Euro de la puñeta.
José María Hercilla Trilla,
Barco de Ávila, 28 Julio 2005.
Fuente: José María Hercilla Trilla.